La muerte deambula de Este a Oeste y de Norte a Sur

Las carrozas fúnebres es lo único que cambia en las calles de San Salvador, una unidad de la Policía Nacional Civil se encarga de abrir el paso entre los automóviles que pasada la cuarentena obligatoria retornaron a las calles y avenidas de la capital salvadoreña, lo que sigue una carroza fúnebre y atrás de esta un vehículo tipo pick up con personas usando trajes blancos, mascarillas y gafas para cubrir sus ojos.

El bulevar Venezuela que cruza de Este a Oeste la ciudad de San Salvador es uno de los más transitados, ahí se encuentra el populoso cementerio La Bermeja en donde el alcalde recién comenzada la pandemia allá por marzo dijo haber mandado a cavar un poco más de un centenar de tumbas para enterrar a posibles víctimas del virus que cambió el mundo, el COVID-19, recientemente declaró a medios de prensa que solo ahí se han enterrado más de 700 personas, entre casos confirmados y sospechosos, de haber fallecido a consecuencia del microscópico virus de antenitas.

Las carrozas fúnebres son modestas, los familiares dicen que un servicio vale un poco más de 500 dólares, un precio bastante alto en comparación a lo que costaba antes de la pandemia, según lo que ellos relatan, el protocolo impide que más de dos familiares puedan ingresar a dar el último adiós a ese ser querido que no tuvo la oportunidad de recibir los santos óleos que manda la iglesia católica, apostólica y romana, tampoco la oportunidad de que sus amigos fueran a jugar a las cartas, beber café y comer un trozo de semita alta, pan dulce o hasta disfrutar de más de un trago de licor durante su vela, esos momentos de dolor que son digeridos por familiares y amigos al recibir el pésame o un abrazo solidario pasaron a la historia. El distanciamiento social reina aún en momentos de gran dolor. No hay más rezos de novenario ni tamales ni estampitas de recuerdo para colocar en las mesas de noche.

La entrada al cementerio tiene una pared blanca en forma de arco, a un lado una mujer mayor que llora inconsolable es confortada por un hombre mientras la carroza cruza el portal y se encamina a donde cinco enterradores municipales lo esperan, son los encargados de llevar el féretro a su destino final, “cuando son pesados nos lleva Judas”, me comenta uno de ellos en el cementerio de Santa Tecla, “a veces sentimos que nos vamos a desmayar” agrega, entre la deshidratación que provoca el traje de bioseguridad y la sudoración por la actividad física más el calor típico de los climas tropicales. Además sostiene que la carga es inestable y aduce que es por las bolsas negras que guardan el cadáver abundamente desinfectado.

Entre más rápido se realice el funeral mejor y entre menos personas acudan o tengan acceso al cementerio menos probabilidades de contagiarse y quizá más de sobrevivir tendrán. No obstante, hay casos en que los fallecidos en las calles, en sus casas o en algún lugar público pasan más de ocho horas esperando a ser llevados a su lugar de reposo. Así cambió en el mundo entero las tradiciones de los funerales, un vídeo o unas fotos es lo que el resto de la familia puede ver para despedir a su ser querido. En muchos casos los féretros de madera son hasta de cartón, las únicas pertenencias que la víctima se lleva consigo en su camino al más allá, son los tubos de plástico, las sábanas y las mangueras a las que estuvo conectado luchando por su vida ayudado por esos incansables médicos y enfermeras que trabajan día a día dentro de sofocantes trajes de bioseguridad, sin embargo, no todos los esfuerzos tienen un final feliz, el túnel y la famosa luz se cruzan con lo que se tenía puesto en el momento del deceso.

Los cotejos fúnebres que se dirigen al sur donde se encuentran los cementerios privados tienen una carroza de una prestigiosa (por el costo de sus servicios) funeraria, lo que nos hace confirmar que el COVID-19 no hace distinciones de raza, credo o poder económico, el resto no cambia nada, no hay oportunidad de disfrutar del menor lujo, las mismas sábanas y tubos de UCI, así me lo confirma la doctora Sara Córdova, “el paciente se va con todo lo que tenía conectado al momento de su muerte, aquí solo queda la cama”, la cual es inmediatamente desinfectada en espera de ser ocupada por otro paciente. 

En cambio, esa idea de dar el último adiós a un ser amado hace que los familiares busquen hasta un hueco a través de un muro para ver lo que sucede dentro del cementerio, un volcán de ripio ayuda a muchos dolientes a ver sobre el muro perimetral del campo santo el momento en que su familiar es depositado en la tumba, otros lo esperan a la entrada o a lo largo de la carretera en el caso de los funerales en el sur de San Salvador.

En ningún momento de la historia del pulgarcito de América se había visto tantos entierros en un día, los cementerios están al borde del colapso y en varios municipios ya lo están, varios alcaldes han señalado no tener espacio para recibir más cadáveres, algunos periódicos locales destacan en sus portadas el colapso de las morgues en diferentes unidades de salud y hospitales de la red nacional. Trabajadores de la salud de diferentes hospitales se quejan de la falta de equipamiento adecuado y de calidad de este para poder atender a los pacientes enfermos y debido a ello, también deben soportar el dolor de ver caer a sus colegas y darles el mismo adiós que a sus pacientes.

La muerte se pasea de Este a Oeste y de Norte a Sur a sus anchas, ni la cuarentena de más de 80 días logró contener el mortal virus, la gente que vive y come del día a día es la más afectada, la necesidad de salir en búsqueda del dinero que solvente el gasto diario y la alimentación de sus hijos hace que se expongan al contagio, otros muy irresponsablemente no respetan el distanciamiento social ni el uso obligatorio de la mascarilla, salen porque estaban aburridos de estar en sus casas. Los accidentes de tránsito son también noticia del día y en muchos de los casos porque el conductor manejaba en estado de ebriedad. La muerte baila, juguetea, ríe y grita de Este a Oeste y de Norte a Sur en El Salvador. 

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