El día del adiós a los fusiles

Ese 31 de diciembre de 1991, mientras miles de familias salvadoreñas corrían con los últimos preparativos para la cena de fin de año y los festejos para recibir el Año Nuevo, en las montañas miles de guerrilleros esperaban noticias desde Nueva York, los miles de soldados acuartelados y acantonados en puestos estratégicos en las montañas esperaban noticias de sus oficiales así mismo un grupo de corresponsales extranjeros y periodistas locales permanecían con los ojos fijos en los teletipos, los oídos atentos a los teléfonos y las cámaras listas para salir a grabar cualquier reacción. Los tambores que predecían paz habían obligado a estar en las oficinas y no con las familias celebrando el fin de año.

El secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, estaba a punto de concluir su mandato y habiendo seguido de cerca el conflicto salvadoreño así como las últimas rondas de diálogo entre comisiones de ambos bandos urgía de un compromiso firme para poner fin a 12 años de guerra civil, por lo que delegaciones de alto nivel de la guerrilla y el gobierno salvadoreño habían acudido a la sede de la ONU en Nueva York para una cita maratónica en busca de una solución pacífica al conflicto armado que acumulaba alrededor de 100 mil muertos en su mayoría civiles. 

Creo que empezaba a sonar la tradicional canción de “faltan cinco pa’ las doce” en los diferentes hogares salvadoreños cuando el tan esperado anuncio llegó, tanto los comandantes y delegados políticos de la guerrilla que en ese tiempo conformaban el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) y los del gobierno, habían sellado su compromiso firme de poner fin a la guerra, el documento oficial sería firmado el próximo 16 de enero de 1992 en el Castillo de Chapultepec, México, uno de los países que participó activamente en prestar su territorio para albergar refugiados que huyeron de la guerra y en promover un acuerdo de paz para El Salvador.

El grupo de corresponsales instalados en el hotel Camino Real, lugar donde por años mantuvieron las oficinas, salieron en busca de las reacciones cuando se dijo que la gente se concentraba en la plaza El Divino Salvador del Mundo para festejar el acuerdo en medio de cohetes y júbilo por la llegada del Año Nuevo también. Afortunadamente, un retraso inesperado permitió que los colegas de la agencia Reuters no llegaran a su vehículo de inmediato y eso les salvó la vida, ya que una explosión destruyó por completo el automotor en el estacionamiento del hotel. Fueron momentos de tensión, la prensa internacional era considerada enemiga por el gobierno y los militares siendo así blancos constantes de ataques, de persecución y en varios casos, víctimas de detenciones arbitrarias e incluso de asesinatos. 

Guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) celebran en el Cerro Guazapa la firma de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a 12 años de guerra civil en El Salvador.

Quizá una de las coberturas que más me ha gustado es haber sido testigo de primera mano de ese hecho histórico y teníamos menos de dos semanas para organizar cómo lo haríamos, de manera que recibimos la ayuda de colegas de la región, a mí me mandaron al cerro de Guazapa, “una flecha clavada en el corazón del enemigo”, rezaba la consigna, cuando se hacía referencia al bastión guerrillero, que por años recibió toneladas de bombas, los campamentos guerrilleros estaban llenos de incertidumbre, mientras unos pintaban carteles alusivos a la paz, la cual veían como un triunfo de una lucha encarnizada y el fin de un constante asedio de la muerte, otros permanecían con los oídos pegados a los pequeños radios de transistores, las formaciones militares y los discursos políticos de mandos medios con sus unidades de combate eran el día a día para discutir lo que vendría y cómo llegaría, otros pensaban en ese encuentro tan retardado con sus familiares quienes ni siquiera sabían si aún vivían, en esa casa de ambiente familiar o en una cama cómoda donde alguna vez reposaron, mientras tanto, para otros el panorama no era muy alentador, la guerra les arrebató a sus familias y sus casas, perdieron todo. No veían un futuro sin sus camaradas o no sabían nada más que no fuera maniobrar para emboscar al “enemigo”, efectuar ataques sorpresa a unidades fortificadas o cuarteles, algunos habían crecido y aprendido a hacer la guerra como única cosa en la vida y entendido que el ideal era lograr que la riqueza del país fuera distribuida entre los más pobres y que a los obreros se les pagara salarios justos o que los campesinos pudieran cultivar la tierra de su propiedad, entre otras premisas. 


En el momento en que se celebraba la firma del documento en el Castillo de Chapultepec, México, por parte del presidente Alfredo Cristiani como máximo representante de la delegación del gobierno y los cinco comandantes del FMLN, en las montañas, a lo largo y ancho del país, brotaron lágrimas de alegría, gritos de júbilo, ráfagas de disparos al aire y abrazos entre camaradas. Una mujer guerrillera con su AK-47 aún terciado en su espalda alzaba con sus brazos a un bebé a quien besó de una manera maternal y tierna como quien alza su mirada soñando con un futuro mejor, así como el que idealizaron y por el que muchos murieron o dejaron plasmado en muchas paredes de los barrios: “La libertad no se mendiga… se conquista con las armas en la mano”, “el poder nace del fusil” rezaba en otras paredes. 

Durante los años previos a la firma de los acuerdos, el FMLN realizó diferentes ataques en cabeceras departamentales y en la misma capital, lo que hizo que asesores estadounidenses fueran al campo de batalla a instruir a las tropas salvadoreñas.

Hubo ataques en Apopa, San Salvador, Usulután, Chalatenango, San Miguel y otros.

Se derribaron helicópteros y aviones de la Fuerza Aérea que bombardeaban barrios en la capital.

La guerra civil salvadoreña comenzó tras la cruenta represión en las calles de San Salvador cuando sindicalistas, estudiantes, obreros, campesinos y profesionales se animaron a desafiar a los gobiernos de turno y los llevó a organizar casi de manera improvisada una primer intentona de insurrección popular llamada “ofensiva general” con más convicción que armas, el 10 de enero de 1981 y nueve años después, el 11 de noviembre de 1989, ya con mucha experiencia ganada en el terreno, el más espectacular y hollywoodense asalto a la capital con la llamada “ofensiva hasta el tope”, sin embargo, no hubo actores, fueron hechos reales, los aviones de la Fuerza Aérea bombardearon los barrios de la periferia capitalina, con bombas de hasta 500 libras y los guerrilleros optaron por llevar los combates a los barrios ricos del oeste “a ver si aquí nos vienen a bombardear decían”. 

Se estaba cerrando un capítulo amargo en la historia del pequeño país centroamericano, ese 16 de enero de 1992, el entonces presidente Alfredo Cristiani, se levantó de su silla y dio la mano a cada uno de los cinco comandantes guerrilleros con quienes seguramente nunca se había visto cara a cara y tan cerca sin pensar en aniquilarse mutuamente.

Los comandantes guerrilleros regresan a la capital para participar de actos oficiales, religiosos y de celebración del fin de la guerra y comienza la desmovilización de batallones élite del ejército y las unidades guerrilleras bajo la verificación de las Naciones Unidas que envía cascos azules a los campamentos guerrilleros.

Algunos de los combatientes del FMLN, aún lisiados de sus manos, disparan al aire sus últimos cartuchos momentos antes de entregar sus rifles de asalto en Chalatenango.

A los cuarteles asiste el embajador estadounidense William Walker que aprovecha para “platicar” con diputados del partido ARENA.

El 24 de marzo de 1980, escuadrones de la muerte de ultra derecha asesinaron a Monseñor Óscar Arnulfo Romero mientras ofrecía misa en la capilla del Hospital La Divina Providencia lo que significaba que se había endurecido el accionar de los escuadrones de la muerte en contra de la población, así como los operativos militares del ejército en las áreas rurales, de esta manera el batallón Atlacatl fue entrenado en la escuela de Las Américas de Estados Unidos masacrando a más de mil mujeres, niños y adultos mayores inocentes en el Cantón El Mozote y otros lugares aledaños, aquel 10 de diciembre de 1981 cuando realizaron una operación de tierra arrasada denominada “quitarle el agua al pez”. 

Dejando atrás las montañas y tras los anuncios hechos por sus comandantes, los guerrilleros se preparaban para invadir la capital y la principal plaza del centro histórico de San Salvador, esta vez sin armas y sin la protección de la oscuridad, iban en camiones portando sus uniformes limpios y luciendo cintas en sus cabezas alusivas a la paz, en el camino se encontrarían a más de una patrulla del ejército cuyos soldados no hacían más que alzar la mano en gesto de decir adiós. Lo que muchos creían imposible se estaba viviendo, el adiós a los fusiles era un hecho marcado en el calendario ese 16 de enero de 1992. 

La Plaza Gerardo Barrios fue testigo de varias masacres, pero la más recordada es la del funeral del ahora Santo Óscar Arnulfo Romero, cuando guardias nacionales y francotiradores abrieron fuego desde el Palacio Nacional contra la multitud, que en un Domingo de Ramos se presentó a la Catedral Metropolitana para despedir a Monseñor, “la voz de los sin voz”. Esta vez la catedral lucía gigantescas pancartas con mensajes de la guerrilla y frente al Palacio Nacional una tarima principal esperaba a los comandantes para pronunciar su discurso anunciando los acuerdos y celebrar, miles de guerrilleros y simpatizantes abarrotaban la plaza y la música de los Torogoces de Morazán sonaba en vivo. 

Ahora que se cumplen 29 años de finalizada la guerra civil salvadoreña más de siete mil madres o familiares aún esperan conocer el paradero de un hijo/a, de un padre/madre, esposo/a o hermano/a, esos son los desaparecidos de la guerra, los que no fueron parte de los acuerdos y de los que nadie quiere hablar ni dar explicaciones. La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad por lo que no tiene fecha de expiración, el Estado estará por toda la eternidad obligado a responder por esos desaparecidos.

Tras la firma de los Acuerdos de Paz, los familiares de las víctimas de masacres cometidas por el ejército en El Mozote, Morazán y otros departamentos, así como familiares de los desaparecidos demandan el esclarecimiento de los casos y el castigo a los responsables, sin embargo, una ley de amnistía impide que se castiguen a los responsables.

Los casos de lesa humanidad siguen en espera, las madres reclaman y a cambio son recibidas por cordones de policías antimotines.

En Morazán, muchas familias reciben los restos exhumados de sus parientes asesinados por el batallón Atlacatl.

Han sido 29 años de paz que cambiaron mucho a El Salvador, cambiaron los pensamientos de los mismos líderes guerrilleros ahora convertidos en políticos y cambiaron los pensamientos del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) donde algunos aún gritan que El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán, se cambió los territorios bajo control guerrillero por territorios bajo control de pandillas. Dejaron de existir los cuerpos de seguridad de la época a cambio de la actual Policía Nacional Civil y existe una Procuraduría de Derechos Humanos, entre otros cambios. Muchos se cuestionan si las razones que motivaron la guerra en verdad fueron superadas. Existen monumentos dedicados a esa fecha histórica para el país en donde cada año se colocan ofrendas florales pero las dudas aún persisten, lo que sí está claro es que nadie quiere vivir otra guerra. 

El Salvador es un país distinto ahora, abandonó su moneda nacional, el colón, en el año 2001, a cambio de los dólares, los mismos que llegaban para financiar la guerra. El precio de las viviendas “dignas” sigue siendo inalcanzable para familias de escasos recursos, muchos campesinos dejaron de sembrar la tierra y viven de las remesas que envían sus familiares residentes en Estados Unidos, se vive una inseguridad que ha obligado a miles de pequeños empresarios a cerrar sus negocios, y miles de salvadoreños intentan cruzar las fronteras de Guatemala y México para llegar hasta donde piensan aún existe el sueño americano… Estados Unidos. El reto ahora no es vencer a un “enemigo” militarmente sino encontrar la fórmula para que las familias vivan en paz y sin temor de salir a las calles, para vivir una vida plena y que las nuevas generaciones crezcan confiando y creyendo que pueden hacer de El Salvador un país grande como el corazón de cada salvadoreño. 

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